Tretas
Crear un Imperio no es fácil. Nuestra primera provincia se estaba quedando sin hombres, y de las sucesivas no podíamos fiarnos. Su lealtad era poco fiable. Peligrosa. Necesitábamos un medio para ganar la batalla sin luchar, tal como aquel antiguo recopilatorio prevenía.
Dichoso fue el día, en el que oí a un jovenzuelo hablar de una estatua de terracota en la puerta de una Casa de farol Rojo. El descuidado mocetón, iba tan ebrio que la propia estatua le sirvió. A la mañana siguiente pudo comprobar que la estatua se encontraba perfectamente, pero que la Señora de la Casa, le cobraba igualmente el importe habitual. La anécdota no dejó de ser graciosa y correr por entre oficiales y soldados, hasta volver a mis oídos días después.
Entonces fue que se me ocurrió la treta. Urdida de forma tal que replicamos nuestro propio ejército, tomando incluso leales soldados de unas y otras provincias conquistadas. Ganamos tiempo, salvamos vidas, y conseguimos eficaces efectos de presión que llevaron a innumerables victorias.
Finalmente, una vez fallecido nuestro Unificador, nuestros guerreros duplicados se quedaron a su alrededor, como muestra del esplendor de su ejército. Siempre preparado para la batalla. Siempre animado para la victoria. En riguroso silencio. Por la eternidad.